Los límites en la infancia

Elisenda Pascual: “Una criatura nunca se maleduca con muchos mimos, se maleduca con ausencia de límiteS”

¿Te remueve decir que no a tus hijos? ¿Te invade la culpa cuando pones límiteS en casa?

Hablamos sobre todas estas cuestiones en esta entrevista con Elisenda Pascual, nuestra psicóloga y psicoterapeuta de referencia.

1.- ¿Son buenos los límites? ¿Para qué nos sirven?

Los límites no son ni buenos ni malos, simplemente son. Los límites existen y van juntos con la vida. 

Muchas veces, lo que nos pasa es que tenemos un recuerdo en relación con los límites de nuestra infancia que no nos gusta repetir. Entonces, acabamos concibiendo el límite como algo malo, castrante, limitante.

Concebimos el límite como algo a evitar y nos vamos al extremo opuesto que es la ausencia total de límites. Aquí es donde la crianza respetuosa se confunde. La crianza respetuosa consiste comprender qué es lo que realmente necesita la criatura y que se lo puedas dar o limitar desde un lugar amoroso. 

Los límites son muy necesarios, sobre todo, cuando queremos educar en libertad.

Los límites son muy necesarios, sobre todo, cuando queremos educar en libertad. Elisenda Pascual, psicóloga

2.- ¿Educar en libertad implica poner límites?

Sí. La libertad se distingue del libertinaje porque tiene muchos límites, empezando por la base de que tú y yo somos distintos. No puedo presuponer que a ti te va a gustar o vas a querer todo lo que yo quiero. 

Ver donde acabo yo y donde empiezas tú, ya es un límite. En cambio, educar en el libertinaje es todo lo contrario, es maleducar. 

A veces el niño mal educado, según el entorno, es el que mamá o papá lo escucha, lo coge en brazos o duerme con él o ella. Una criatura nunca se maleduca con muchos mimos, una criatura se maleduca con ausencia de límites

Este consentimiento sin límites es el que puede llegar a maleducar o a confundir lo que la criatura necesita aprender desde la base, que es el respeto, el límite. 

Los vamos a maleducar cuando estos mimos no tienen límite, cuando los complacemos en todas sus demandas, cuando los dejamos escoger cualquier cosa…

3.  Entonces… ¿Cuándo empiezan los límites?

Antes de nacer. Cuando rompemos el primer límite de nuestra vida, que es el saco amniótico, hay una confianza profunda en que nos va a recibir otro límite. Este límite son las manos de mamá o de la persona que nos recoge. Ese es otro límite y va a ser el que vamos a necesitar sobre todo en los primeros meses de vida. Va a ser el límite emocional o físico, como los brazos, la piel, los mimos… El límite es también seguridad.

4. Y llegados los 9 meses, ¿cómo avanzamos?

Aquí, tenemos que empezar a ver cómo abrimos este límite que hemos generado con nuestro sostén. El saco amniótico emocional que generamos nosotrxs, lo tenemos que empezar a abrir.

A los nueve meses, empieza otra etapa. La etapa de subir y bajar escaleras, coger objetos que no están al alcance… Aquí los límites ya empiezan a ser desde el no, desde el no real. 

Eso es un no para la criatura y probablemente se va a frustrar, pero es un no totalmente sano. No podemos pretender que cuando ponemos un límite, nos entienda. 

Cuando no lo entienda, se frustre y se enfade, debemos mirarlo como que es una criatura sana por hacer esto. Y, nosotros como personas adultas, debemos tener recursos para no caer en la verborrea, la explicación excesiva de palabras y justificaciones, porque ahí empezamos a descolocarnos. 

5. ¿Cómo gestionamos entonces, este no como límite?

Una ley básica que tenemos que tener en cuenta a la hora de poner límites es que por cada no que ponemos a una necesidad auténtica (morder cuando es bebé, bajar las escaleras, tener un enfado cuando tiene dos años, no querer salir de la bañera…), tenemos que poder dar un sí que se le parezca lo máximo posible. 

Cuando ponemos un no, debemos recoger la necesidad.Quizás hoy no te puedo dar solución, pero prometo que lo haré”. Voy a preparar un espacio para que la criatura pueda experimentar su necesidad. 

Por cada no que ponemos a una necesidad auténtica, tenemos que poder dar un sí que se le parezca lo máximo posible. 

Elisenda Pascual, psicóloga

6.- Hasta que encontremos el momento… 

Sí. En algún momento sí que tendremos que acompañarlo en la exploración, no siempre que el bebé quiera, pero sí cuando estemos disponibles.

Si nunca estás disponible para esa exploración, aquí tenemos un problema y tenemos que revisar qué te pasa a ti con esta exploración, si es que tienes un miedo profundo, si puedes hablar con alguien, si tu acompañante puede gestionar esta necesidad de la criatura.

Los límites van evolucionando a medida que pasan las edades. Si nosotros como acompañantes no revisamos nuestros miedos, probablemente, vamos a limitar de una forma demasiado rígida o castrante, las necesidades auténticas de nuestros hijos.

7.- ¿Y si el límite provoca el llanto y a mí el llanto me remueve? 

Cuando las personas adultas queremos evitar el llanto o la frustración, al final nos rompemos nosotros y decimos “hasta aquí”. Acabamos haciendo lo que no queríamos hacer porque hemos sobrepasado nuestros propios límites. 

Cuando todavía estamos con fuerza y no hemos perdido nuestro límite ni hemos explotado, estamos mucho más preparados para sostener su rabieta o su llanto.

 Debemos evitar que nos arrastre hacia un lugar donde explotamos y luego nos sentimos mal y sentimos culpa. Cuando pasamos por situaciones así, a menudo les pedimos perdón y, de nuevo, nos volvemos a desordenar. 

Sabiendo que, si no limitamos a tiempo se nos va a acabar la paciencia y probablemente acabaremos explotando, tenemos que anticiparnos.

8.- ¿Qué pasa cuando una criatura siempre recibe un no por respuesta?

Cuando siempre ponemos un no en una experimentación en concreto, estamos castrando. Una necesidad no cubierta, genera malestar en la criatura. De la misma manera que los adultos acumulamos malestar, a los niñxs también les pasa, pero en otro nivel. 

Su acumulación de malestar por necesidades no cubiertas, se puede traducir en mordidas, en más irascibilidad…. Se puede traducir en comportamientos del presente, pero también se puede traducir en patrones del futuro

Cuando a una criatura no se le permite de forma reiterada una experimentación, una expresión de la emoción (gritar, tener miedo, estar triste) esto genera patrones de conducta que pueden llegar a tener una base neurótica. 

Cuando sobreprotegemos a nuestras criaturas, estamos generando un patrón de dependencia a lo largo de la vida. Es un patrón muy peligroso porque no sabemos de quién acabarán dependiendo. Si tú generas una criatura dependiente, no sabes de quién lo será. 

9.- ¿Cómo podemos acompañar a lOs niñOs que muerden o que pegan?

Depende de la edad. Durante el inicio de la guardería, que son muy pequeños, las criaturas todavía no tienen herramientas de relación social. Por lo tanto, la mayor parte de las veces, el pegar, morder o empujar, son las ganas de interaccionar con el entorno. 

En estos casos, se tiene que poner mucho límite amoroso, estar muy cerca. Esto se regula con presencia adulta. No dar lecciones morales porque no las va a entender, pero poner el límite. “Si quieres picar, pica aquí. Si quieres morder, muerde aquí”. 

Tenemos que darle un sí. Esa energía que tiene, tiene que ser canalizada, pero la tenemos que educar.

10.- Si tu hijo es el que es pegado, ¿cómo lo gestionas?

Cuando una criatura es la que siempre recibe esta energía agresiva, es que probablemente esta criatura tiene una energía agresiva baja. 

La energía agresiva es una energía de vida, una pulsión de vida. Es la que nos permite poner límites, empujar cuando alguien nos hace daño, gritar cuando nos molestan por la calle o poner un límite a un jefe que se está pasando contigo. 

Esta energía es básica para las criaturas. Cuando nos pasamos por un lado o por el otro, hay que aprenderla a regular. 

Es importante que empoderemos a las criaturas que tengan una energía agresiva baja para que ellas un día, también sean capaces de empujar. 


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Si quieres escuchar la entrevista completa, aquí te dejamos el link!

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